Qué triste es contestar que no hay corresponsabilidad en mi entorno. Si tengo que ser sincera, ni siquiera hay en mi casa. (Familia formada por dos titulados universitarios y dos hijas de 11 y 17 años)
Después de 25 años de convivencia en mi casa todavía se oyen expresiones del tipo:
- Hazme una lista y mándame a comprar.
- Dime qué tengo que limpiar.
- Sácame las sábanas si quieres que haga las camas.
- Dime a qué temperatura pongo la ropa negra en la lavadora.
Mis vecinas dicen que tengo mucha suerte, que no tengo motivos para quejarme porque el mío al fin y al cabo hace las cosas, mientras que sus maridos no hacen prácticamente nada. Algunas lo justifican porque ellos trabajan y ellas no. ¿Cómo que tú no trabajas? Suelo responder yo. El cuidado de la casa y la familia también es un trabajo y también estás cansada y te mereces que tu pareja cuando llega por la tarde se ocupe de sus tareas, previamente acordadas, para que tú puedas descansar y tener tiempo libre. Normalmente me miran con cara de no estar totalmente convencidas.
Si respecto a las parejas damos pena, en cuanto a los hijos es para echarse a llorar. Yo soy una madre muy dura porque mis hijas tienen que fregar los platos por turnos, ocuparse de sus ropas y el sábado participar en la limpieza de la casa. Alguna compañera ha llegado a decirme que ella quiere mucho a su hijo (18 años) y que no le deja hacer nada en la casa porque, pobretico, ya tendrá tiempo de hacer cuando se vaya a estudiar fuera.
Mis alumnas también se quejan muy a menudo de que ellas tienen que hacer las tareas que sus madres les mandan mientras sus hermanos están jugando a la play.
Creo que muy pocas son las mujeres de mi entorno que están contentas con el reparto de tareas. Pero a las mujeres nos han educado tradicionalmente para que tengamos muy desarrollado el sentimiento de culpabilidad y eso nos impide enfrentarnos a situaciones que no nos gustan, pero que aceptamos.
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